lunes, 23 de marzo de 2015

NO ESTABA MUERTO, NO, ESTABA DE PARRANDA.







La ruina.

Se anunciaba la ruina del Madrid en los días previos, pero lo que sucedió fue que Modric, Bencema, Kroos, Ramos y Cristiano, anunciaron las penurias de su rival. Vociferaron a los ánimos exhortando con juego superior la precoz proclividad de los vaticinios blaugranas. Es un equipo que solo en la máxima exigencia y en momentos límites encuentra sus picos altos. El Camp Nou era para su reencuentro una estación de transbordo necesaria. Si alguien lo daba por muerto, después del clásico ya sabe que estaba de parranda.



La varilla.

Lo hizo arrebatándole la varilla a Leo. En el centro se decidió todo. Messi es el centro del campo del Barcelona. Y el Madrid, con su perfil táctico (protección de los espacios y dominio pasivo en defensa) es su criptonita. Leo encuentra su nivel abusivo cuando el rival le presiona a todo campo y cae en el desorden provocado por esa presión. Si el jugador que se encarga de germinar, brotar, alimentar, fecundar y fructificar todo el fútbol de su equipo, de elegir el lado de ataque y de gestionar los ritmos del partido, está tapado, con ayudas constates y protección táctica de espacios, sencillamente se ausenta, y con él el equipo. Al conseguir el Madrid trivializar su participación, el Camp Nou se quedó huérfano de juego. Los defensas azulgranas no sabían dónde o a quién pasar el balón, mientras que la medular evidenciaba que carecía de hoja de ruta si se daba esa situación. No es que estuviese ejecutando mal un plan; sencillamente no tenía nada que ejecutar. El Barcelona jugó bien, su problema fue que su rival es superior. Y el Madrid, superando ese duelo Kroos-Messi , con el alemán acaudillando, tubo al Barcelona contra las cuerdas durante más de una hora. Lo propició la vuelta de dos de las cuatro patas de la silla; Ramos y Modric.


Ramos.  

Apuró cuanto pudo la salida rasa de balón en función de la posición de Rakitic; si el croata presionaba, Sergio Ramos buscaba dividir directamente con un pase tenso hacia Kroos -o Isco-, aprovechando la perfecta colocación de ambos siempre ofreciendo líneas de pase diagonal. Si por contra reculaba Ivan, Ramos iniciaba la carrera y dividía conduciendo o cambiando de orientación y no vaciló a la hora de instalarse en campo culé si su equipo la manejaba en el mismo, edificando el primer puente de Carlo. Este fue el primer motivo por el cual el Barça, poseedor del contraataque más letal, no podía correr mientras el de Camas y Luka resistieron físicamente después de su lesión. La colocación blanca, inspirada por Sergio Ramos y Luka Modric, había recuperado su calidad.

Modric.

También completó una actuación influyente. Al menos, mientras Benzema y Ronaldo fueron debidamente habilitados. Karim y Cristiano recibían con suma comodidad para interpretar el juego con delicada precisión. Si entre los dos podían armar la ocasión la precipitaban. Si no, como correspondía a la mayoría templaban y aguardaban a que Modric e Isco alcanzasen altura de interiores. Les pasaban la pelota para hacer tiempo asociándose y esperaban a que Kroos, Marcelo y Carvajal ganasen posiciones. Lo de Kroos y Marcelo, ambos jugando prácticamente solos porque nadie los custodiaba, pareció una situación casi anti-competitiva. Hacían lo que les daba la gana con esa templanza que en los clásicos es devastadora.



El Barça.

El Barça se sumió en la resolución práctica cada vez que debió robar y jugar cerca de su área. Ante el desconcierto optaron por el balón largo. El atajo. El contragolpe. Un arma que ahora descubren como necesaria. En los peores momentos de juego, cuando el equipo lo pasa peor es una variante sanadora. En las distancias largas, los pases, los controles y las ejecuciones se hacen a más velocidad y dificultad de ejecución. Y la plantilla culé posee la cualidad para ejecutarla -aun que la tuviera soterrada- con mayor porcentaje que la mayoría de los equipos que lo intentan.  

Ya no hablamos de aquel Barça que raptaba el balón y lo utilizaba como un péndulo que hipnotizaba al contrario. Su verticalidad ha coincidido con el empeño del Madrid por elaborar más, al tiempo que se han borrado las diferencias entre buenos y malos de película. Desde esa doble perspectiva, los enemigos nunca han estado tan próximos, y el choque es más dinámico e interesante. Anoche el milimétrico e inteligente pase de Dani Alves, y el preciso y sublime control orientado de Suarez salvó los muebles cuando más lo necesitaba y demostró que durante mucho tiempo desaprovecharon una variante tan válida como cualquier otra. Y trazó la frontera entre lo que pudo ser un infierno para los locales y lo que acabó siendo un paraíso para ellos.

“Sabemos a qué jugamos” dijo Piqué en la víspera. Se refería, aun que sus propios aficionados no lo supiesen, a el pragmatismo y la versatilidad surgida de la necesidad que está encontrando esta temporada. Y a su mejoría sustancial en las estrategias y el repliegue sin balón que ha ido introduciendo Luis Enrique. Los marcajes mixtos en pelotas paradas, la ocupación de espacios defensivos y ciertos automatismos que dan profundidad es un legado, que, pase lo que pase en el futuro, el Lucho ha inyectado en el a.d.n culé, como lo hizo en su momento Mourinho con el gen competitivo y el orden táctico en la actual plantilla madridista.


Piqué.

Gerard fue el mejor. Ser el central de este Barcelona, el capitán moral y táctico del Camp Nou es un arte que solo un jugador tan inteligente y tan capacitado como él puede superar.  Acumula tres años de sufrimiento en los que ha intentado comunicarse con gente que no entendía su idioma. Gerard Piqué no podía promover un achique en banda, un repliegue inteligente o una presión en campo contrario porque sus compañeros no sabían interpretar qué les pedía con su postura y altura. Piqué era tan incomprendido como Napoleón para los indios, pero tan necesario como Hindu Kush para la conquista. Para competir ha abandonado la búsqueda del equilibrio, ha dejado de pretender una defensa estabilizada y ha solventado él solo que este equipo juega en otro término. Ahora asume todos los riesgos y toda responsabilidad. Ha superado la prueba más difícil que podía tener; el relevo de Puyol. Su lectura le ha orientado de la forma correcta hacia el timing exacto para solventar la ausencia de Carles y hacer competitivo a su equipo. Piqué aguarda hasta que la jugada vibra de miedo porque es él entonces el que muestra la valentía y la madurez en los momentos difíciles. Dicho de otro modo, el Barcelona sin Piqué no podría competir, por mucha dinamita que tenga arriba. Como el Barcelona de Puyol no podía competir en los días grandes sin su custodia. Piqué definitivamente ha heredado su honor.





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